Pero yo empecé a intuir la presencia de ese hijo secreto. Además misteriosamente yo me sentí cómplice de esa historia. Me percate que mi abuelo dedicó mayor atención a su “otro” hijo una vez que se jubiló. Quizás intentando recuperar el tiempo perdido, ya que mientras trabajaba siempre estuvo pendiente, pero creo que sentía cierto remordimiento. Mas teniendo en cuenta que sus dos primogénitos jugaban la champions de la vida, en campos que mi abuelo únicamente soñó jugar. El “otro” malvivia en campos de segunda y casi siempre aprisionado por las deudas.
Decidió asumir la tutela compartida y pasar una mínima pensión en forma de pago anual.
Un fin de semana cada dos y algún miércoles esporádico, si la cosa funcionaba bien.
Yo lo conocí, sin saber mi parentesco, un domingo lluvioso. Sujeto entre los brazos de mi abuelo, mientras en sus labios se consumía una faria, pasamos la tarde viendo a mi tío. Siempre asocie el olor a faria con domingo por la tarde en los brazos de mi abuelo
Desde ese día, sin saberlo, estuve puntualmente informado de las evoluciones de mi “tío”. Hiciera sol, frío, viento o lluvia mi abuelo acudía puntual, excesivamente puntual, al encuentro dominical. Tomaba su posición, en el fondo norte, y esperaba dialogando con la radio el inicio del partido.
Mi abuelo era capaz de perdonar todo, justificarle todo igual que se hace con un hijo. Cada vez venían peores árbitros, los campos estaban injugables…. Un sin fin de justificación salvo el hecho de asumir que mi tío el Real Zaragoza, había jugado horroroso.
Sentado entre sus brazos al principio y a su izquierda después observaba como cuando la grada bramaba, mi yayo calado con su bufanda susurraba dulcemente intentado trasmitir aliento y tranquilidad, pues un padre siempre quiere aconsejar a su hijo.
Jamás grito en un partido, nunca hablo mal de ningún jugador, pues a todos los quería como eran. Simplemente susurraba, como se dicen las cosas que salen del corazón, como salen las caricias que rozan el alma. Mi abuelo mimaba a su Real Zaragoza como a un hijo.
Cumplidos los noventa dejamos de acudir a la cita familiar. Pero en su demencia final siempre guardaba una sonrisa los domingos que marcábamos más goles que los rivales.
Nos dejo placidamente en forma de susurro.
Como un sobrino prodigo cada 14 días vuelvo a
2 comentarios:
La vida hay que vivirla, para poderla recordar, por eso RECORDAR ES VOLVER A VIVIR
A un hermano de ese tercer tio, leyendo ese relato, se la han caido unas lagrimas como puños. Asi que te deseamos MUCHA SUERTE Y que esa relación familiar se mantenga por mucho tiempo, y por supuesto que ese pariente pueda llegar algun dia a jugar la Champions y quien sabe, si excepcionalmente no nos fumabamos otra faria. MUCHAS FELICIDADES.
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